El caso de la banda de música III

  • Francisco- volvió a repetir ella- ¿Qué hay? 

Pero ante el silencio de su marido, se dio cuenta de que la única manera de adivinar lo que había allí sería acercarse ella misma. Haciéndose hueco entre su marido y el director de la banda, aun asimilando lo que habían visto y siendo conscientes también de que no podrían haberla frenado, levantó la membrana y vio a su hijo, todo lo grande que había sido, ocupando el menor espacio posible desde que había salido de su útero. La madre de Tinín, Antonia, que había nombrado a su hijo en su honor porque para eso le había dado la vida, se echó a llorar. Hizo amago de desmayo, pero se golpeó el tobillo con el bombo y se le quitó el mareo de golpe. Decidió tomar las riendas de aquello, porque el director de la banda estaba aun pensando en qué demonios había pasado, y su marido no parecía reaccionar. 

  • Bueno, habrá que llamar al seguro. Francisco, busca el número y llamas, que habrá que darle sepultura. 
  • Joder que entera se te ve, Antonia- comentó el director. 
  • ¿Qué quieres, que espere a que se levante mi hijo y se vaya camino de una tumba?
  • No no, claro- alzó la vista para dirigirse al alcalde, que estaba aún en la parte de la audiencia, alejado del drama- Señor alcalde, habría que llamar a la policía. 
  • ¿Pero qué habéis encontrado?
  • Pues a Tinín. 
  • Ah, pues buenas noticias entonces. 

Antonia no pudo evitar saltar. 

  • ¿Qué haya dicho “sepultura” le parece que sean buena noticias? 
  • Ay Antonia, perdona hija. Si es que desde aquí no os oímos bien. 
  • Yo pensé que había dicho “mano dura”- aventuró otro de la banda. 
  • Yo sí que había escuchado sepultura.
  • Ya está el listo- dijo otro. 
  • ¿A qué te llevas dos ostias y te vas a hacerle compañía a Tinín, imbécil? 
  • Bueno, ya está bien- volvió a levantar la voz Alfonso- Señor alcalde, haga el favor de llamar a la policía. El resto, a vuestra casa, porque poco más vais a hacer aquí. 
  • ¿Mañana salimos de aquí por la mañana? 
  • Ya os diré luego. 

Los músicos fueron saliendo del local. El alcalde se acercó a los padres de Tinín, mientras Alfonso se dirigía a la caja de fusibles, para ver si podía dar la luz en el local. Lo consiguió. A la luz de los fluorescentes, aquella imagen de Tinín en el bombo parecía aun más macabra. Alfonso salió del local para fumarse un cigarrillo en la puerta, mientras el alcalde hablaba con los padres de Tinín. El jefe de la policía municipal, Argimiro, se presentó allí rápido, cuando Alfonso aún apuraba las últimas caladas del cigarro. 

  • Hola Alfonso- Alfonso se limitó a levantar la cabeza al oírle- Tan mal, ¿eh? 
  • Aún no me explico quién ha podido hacer algo así…
  • Bueno, vamos a descartar primero causas naturales…
  • ¿Causas naturales? 
  • Hombre, el muchacho estaba fuerte…
  • Argirmiro, que está dentro del bombo. 
  • Ah, calla….si es que el alcalde no me ha dado detalles. Ea, pues descartado. La investigación avanza rápido. 
  • ¿Has llamado a Paco?- Paco era el forense. 
  • Qué va, si es que está de vacaciones y hasta que llegue de Benidorm…hemos llamado a otro de urgencias. 
  • ¿Hay forense de urgencias? 
  • Su hijo, que está haciendo prácticas y dice que esto le da créditos. Yo, mientras el juez no ponga pegas, lo mismo me da el padre que el hijo. 

Alfonso y Argimiro pasaron dentro del local. Antonia estaba sentada en una silla; el bombo lo habían tapado con una especie de manta gris. El alcalde y Francisco estaban en silencio, de pié. 

  • Bueno, a ver, ¿dónde está el muerto?- Antonia soltó un pequeño grito de sufrimiento, y su esposo la abrazó por los hombros. 
  • Joder Argimiro, que tacto. 
  • Perdón, hombre, perdón. Los nervios…
  • Los nervios y que ha estado toda la tarde bebiendo lo que te han ido ofreciendo por las casa. 
  • Hombre, señor Alcalde, es la tradición. Cómo iba a saber yo…
  • Bueno, haz el favor de dirigirte lo menos posible a la familia- le pidió el alcalde en voz baja. Y al director- Alfonso, tú cuando quieras puedes irte. Que te estarán esperando en tu casa. 
  • No no, yo me quedo. Algo podré aportar, digo yo. 
  • Si hombre, tú quédate. Más ambiente. Y además, que habrá que levantar el cadáver, y el hijo de Paco es un poco esmirriado…
  • ¿Cómo “el hijo de Paco”?- preguntó el alcalde. 
  • Si es que Paco está de vacaciones…que le tocaba esta semana el piso de Benidorm…

Llegó el juez, para el levantamiento del cadáver, junto con su ayudante. 

  • Buenas tardes. 
  • Bueno, buenas…-dijo el alcalde. Nuevo suspiro de los padres.
  • Era un decir hombre. Argimiro, ¿habéis recogido ya pruebas o algo? 
  • No, yo acabo de llegar; a ver si viene Jacinto de la comisaría con el kit y nos ponemos. 
  • Madre mía…¿y el forense? 
  • Está de camino. 
  • Joder, ya podíais haber llamado más tarde. Todo prisas para nada. 
  • Oigan, que está mi hijo aquí de cuerpo presente, hagan el favor- pidió el padre de Tinín.
  • Ya, si yo lo entiendo- dijo el juez- pero entienda usted también que todos tenemos nuestras vidas. Que yo vengo, fíjese, si no me ha costado nada, pero claro, no es lo mismo que le levanten a uno de la cena con prisas a que le digan que cuando pueda, se pase. Porque he venido a esperar, y yo, bueno, tampoco tengo mucho, pero este- dijo, señalando a su ayudante- acaba de ser padre y cualquier ratico es oro para él y su pareja. Y estar aquí esperando en vez de estar en casa…
  • Por mí no se preocupe- dijo el ayudante- que casi lo prefiero. No había más que llantos esta noche, pero aquí…¡qué gusto, qué silencio!
  • Ea, nos alegramos de poder ayudar- apostilló Antonia, con algo de mala leche. 
  • Perdónalos Antonia, si es que es tan poco habitual…
  • Se oyeron ruidos de pasos en la entrada, y se giraron para ver a Jacinto, que llegaba con el hijo de Paco, Julian, con sendos maletines. Habían conocido a Tinín algo más que la generación más mayor que se encontraba allí, y parecían saber comportarse. Ambos les dieron el pésame a los padres, y cada uno se puso a lo suyo.
  • Oye, ¿tú sabes bien lo que tienes que hacer, no?- le preguntó Argimiro a Julian. 
  • Que sí hombre. Entre las clases y CSI, lo tengo controlado. Lo único, hágame usted el favor de apartar a la gente. 

Argimiro retiró a los padres de Tinín del bombo, para que Julian pudiera trabajar, con la ayuda de Jacinto, que precintaba la zona. Argimiro se quedó al lado de los padres; el alcalde le preguntó:

  • ¿Tú no tienes nada que hacer ahí, macho? 
  • Déjalos a ellos, que son jóvenes y entienden. Yo voy a estorbar más que otra cosa. 
  • Vaya huevos- suspiró el alcalde. El juez dijo que salía fuera a fumar, y Argimiro se le unió. Francisco salió con ellos, porque ya llevaba demasiada tensión acumulada, y porque por primera vez en mucho tiempo, sabía que Antonia no le recriminaría que saliera a fumar. 

En el interior, Jacinto y Julian sacaban a Tinín del bombo y lo tumbaban sobre la manta que había estado tapando el bombo, y que ahora habían puesto en el suelo, que luego tendría que analizarse en busca de residuos. El rigor mortis ya empezaba a aparecer, lo que ayudó al forense a empezar a situar la hora de la muerte. 

  • ¿Sacáis algo en claro?- preguntó el alcalde. 
  • Parece que se ha asfixiado con algo. 
  • Que no haya sido un mantecado, por dios- dijo la madre- que no podré vivir con eso. 
  • Lo sabremos con la autopsia- dijo Julian.- ¿Y el juez? 
  • Fuera, fumando. 
  • Pues por mí, ya podemos hacer el levantamiento del cadáver.  

Pero fue más fácil hacerlo que decirlo; tuvieron que colaborar todos cuando por fin llegó la ambulancia para transportarlo. Los padres marcharon con su hijo, mientras que Argimiro y Jacinto se quedaban aún en el local, recogiendo pruebas y manchando con aquel polvo negro el bombo que había sido de Tinín. 

  • ¿Podremos mañana quedar aquí los de la banda, o les convoco en la plaza directamente para la procesión? 
  • En un par de días os lo dejamos de vuelta, pero de momento aquí que no entre nadie. ¿Tienes las llaves?- el director le alargó un llavero con un par de llaves colgando- ¿Hay más copias?- Alfonso negó con la cabeza. El cansancio y la impresión empezaban a hacer mella en él, y apenas tenía fuerza para gesticular palabra- Cuando podáis volver te las acerco.

Alfonso salió por la puerta del local, camino a su casa, e informando por WhatsApp a la banda de la defunción de Tinín, y citándoles directamente en la plaza al día siguiente. Mejor, pensaba él, porque a pleno día y en la plaza sería imposible que algo así volviera a repetirse. ¿Quién podría querer hacerle daño a Tinín? 

El alcalde salió después, y Argimiro le acompañó a la puerta. 

  • A ver si podéis resolver esto rápido, Argi, que no tengamos a la gente en vela durante la semana santa. Con la cantidad de turistas que hay esta semana por el pueblo, lo último que quiero es que se extienda el pánico. 
  • Es que justo eso nos complica la vida, alcalde. Si fuéramos los habituales, pues sería más fácil, pero con tanto ajeno en el pueblo…
  • Razón de más para que lo hagáis rápido, porque si no ha sido uno del pueblo, en unos cuantos días desaparece. 

Y se alejó camino de su casa, pensando ya en el día siguiente y en cómo abordar la noticia en el pueblo. Pero la noticia corrió como la pólvora esa noche, y al día siguiente ya todo el mundo sabía lo que le había sucedido a Tinín, con información más o menos veraz. 

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