El caso de la banda de música. II

Alfonso miró a su banda, que aun no se había desperdigado, y no vio a Tinín por ningún lado. Se acercó a los que iban delante de él en la banda, porque él la cerraba solo, para preguntarles. 

  • ¡Oye! ¿Tinín iba cerrando la banda?
  • En la vida hay que mirar hacia delante. 
  • No me toques las narices, Julián. ¿Iba o no iba? 
  • Pues ahora que lo dices…creo que no. 
  • Pero antes de la procesión si que estaba con nosotros, ¿no? 
  • En el local, antes de salir, seguro. ¡A ver si se ha perdido por el camino!

En esto, se acercó el padre de Tinín al director. 

  • Mi hijo no ha salido hoy. Yo no le saqué de fútbol, donde era una estrella, para que tu no le sacases en todos los conciertos. 
  • Venga Agustín, no me jodas otra vez con el fútbol. El muchacho estaba con nosotros hasta un rato antes de empezar. No sé donde se ha metido…

Total, que todos a buscar a Tinín. Todos los de la banda, los padres y el alcalde, claro. El resto se fueron a hacer sus quehaceres. Ya digo que empatía la justa. Desandando el camino, llegaron al local donde ensayaban y donde a veces guardaban los instrumentos. 

Alfonso intentó dar la luz del local, pero no iba. Pidió un mechero, pero como la mitad fumaba a escondidas, por edad, recomendación médica o por sus parejas, nadie sacó nada. Uno de la banda sugirió la linterna del móvil. La madre de Tinín, que lo llevaba en la mano, la activó rápidamente. No se veía a Tinín por ningún lado. Allí, solo, en medio del local, estaba el bombo de Tinín, sin Tinín a la vista. 

  • ¿Dónde se habrá metido Tinín? 
  • A lo mejor se ha escapado. 
  • ¿Pero cómo se va a escapar mi Tinín? – gritó la madre.- ¡Y encima sin su bombo? 
  • Hombre, si se ha escapado lo normal es que haya sido sin el bombo. Lo raro sería que se lo hubiese llevado. 
  • Sí, porque eso, quieras que no, resta movilidad. 
  • ¿Estaba bien en casa?- preguntó el alcalde. 
  • Estaba como un rey, no le ha faltado nunca de nada. ¡Pero si nunca le hemos negado un mantecado! 
  • Bueno, bueno, vamos a calmarnos. Yo creo que, con las horas que son, cada uno que los busque un rato de camino a su casa, y…
  • ¡Cómo se nota que no es su hijo!- interrumpió la madre de Tinín al alcalde. 
  • Teresa, mujer, si es que esta gente tiene que descansar. El parte ya está dado, ya verás como en un rato lo tenéis en casa. 

Uno de la banda, sin querer, tropezó con una silla, y el susto hizo que la madre de Tinín soltase el móvil, que cayó al suelo. Quiso el destino que en vez de caerse y quedarse siguiendo la ley de Murphy, con la pantalla rota cara al suelo, se quedase apoyado sobre uno de los laterales, apuntando frontalmente al bombo. Y a través del bombo, como una radiografía macabra, se translucía un bulto en el interior. Alfonso, con cuidado, recogió el móvil del suelo y se acercó al bombo, despacio. Se asomó por el otro lado, intentando no hacer ruido, como si lo que hubiera dentro del bombo pudiera escaparse. El padre de Tinín sacó su móvil y se encaminó hacia Alfonso. 

  • No vayas- le dijo la mujer.- Que vaya el alcalde. 
  • Señora, por favor, si hay algún peligro mejor que vaya su marido, que es su marido, solo de usted. Yo soy el alcalde, de todos. 
  • Mío, no, que yo no le voté- dijo uno de los jóvenes de la banda. 
  • Ya estamos metiéndonos en conversaciones ajenas. 
  • Mientras sean conversaciones y no carteras, como otros…

En esto, el padre de Tinín se acercaba ya a Alfonso, linterna del móvil en mano, cuando el director de la banda retiraba ya con la mano parte del parche que ocultaba el interior, que aunque estaba roto, caía sobre el contenido. Pero no terminaba de atreverse a descubrir  lo que había en el interior. 

  • Venga Alfonso, levanta. 
  • Joder, es que me da cosa. 
  • Venga, levanto yo y tú miras. 
  • No, prefiero levantar yo. 
  • Venga, que se nos va haciendo tarde- voceó el alcalde desde la entrada. 
  • A la de tres, Alfonso. Levanto y miras. Una, dos…- el padre levantó la membrana. Todos estaban expectantes.- ¿Qué hay? 
  • Nada.
  • ¿Cómo que nada?
  • Nada. Venga, todo el mundo a su casa. 
  • ¿Pero cómo no va a haber nada?- el padre de Tinín volvió a levantar y vio el interior. Allí estaba Tinín, metido en el bombo, apretujado, ocupando un espacio minúsculo. 
  • ¿Qué hay?- preguntó el alcalde.
  • Francisco- dijo la madre de Tinín, a su esposo- ¿qué hay? 

Pero Francisco fue incapaz de decir palabra. Aun estaba digiriendo haber visto a su hijo devorado por aquel instrumento. La madre de Tinín se empezó a preocupar, y como buena madre, a temerse lo peor. 

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